Opinión

En México estamos llenos de moscos

Por ~ Publicado el 13 noviembre 2014

En México tendemos a reducir nuestros malestares a fórmulas pequeñas y olvidables. Y con Ayotzinapa existe el peligro de que ocurra algo similar. Tenemos que preguntarnos qué fenómenos hacen que, como sociedad civil, no podamos lanzar una crítica que vaya más allá de los hashtags.

Foto: Alex Torres (cc)

Foto: Alex Torres (cc)

Cuando un mosco vuela cerca de nosotros, lo hace con cierta saña. Su zumbido nos provoca molestia, quizás no por el revoloteo mismo de las alas del insecto, sino por lo que se mantiene en la periferia. Por lo que nos intenta decir. Quizás, el zumbido de un mosco se aproxima a algo así como una verdad incómoda. Algo que está oculto ante nuestros ojos, pero que podemos ser conscientes de su presencia. A lo mejor por eso los moscos nos molestan tanto. Y por eso buscamos matarlos. Tal y como sucede con las verdades incómodas.

En México estamos llenos de moscos. En este país basta una semana para darnos cuenta del estado de nuestra democracia: los escándalos de corrupción en los que están envueltos nuestros políticos. Las iniciativas de ley que son aprobadas en los congresos estatales que prohíben las manifestaciones públicas y atentan contra los derechos humanos. El compromiso o indiferencia de la sociedad en general que reniega de las marchas por el tráfico que ocasionan en las ciudades, así se trate de protestas por 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, que están desaparecidos desde hace más de un mes. 43 jóvenes que nos faltan a todos. 43 personas que son apenas un símbolo que representa a los más de 20 mil mexicanos que, según cifras de las autoridades oficiales, no sabemos en dónde están.

Esos son nuestros moscos de todos los días. Nuestras verdades incómodas. Situaciones a las que nos enfrentamos de manera cotidiana pero que optamos no mirar por una razón que se parece mucho a levantarse en medio de la noche a agarrar el insecticida con una sola cosa en mente: asesinar al insecto que lleva molestándonos por horas. Porque nuestras verdades, esos zumbidos a los que nos enfrentamos a diario, no sólo nos duelen. En primera y última instancia, nos incomodan. Y, como a los moscos reales, los matamos.

El viernes pasado, el titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Jesús Murillo Karam, dio a conocer en una conferencia de prensa una hipótesis que nos cimbró a todos los que nos resistimos a perder la esperanza: los 43 estudiantes pudieron haber muerto el mismo día en que la policía de Iguala los secuestró y entregó al crimen organizado. ¿Cómo lo saben las autoridades? Con base en los testimonios de tres criminales que dicen haber participado en el asesinato de un “gran número de personas”, a quienes incineraron y cuyos restos fueron colocados en bolsas de plástico para después tirarlos a un río.

Pero ésa es tan sólo una hipótesis más, como las muchas que han salido en torno al caso y los siniestros hallazgos que, a la par del caso Ayotzinapa, también sacuden las noticias en Guerrero: fosas comunes que contienen restos de personas que no han sido identificados.

Cuando detuvieron al Chapo Guzmán, ese capo de la droga buscado por más de 10 años en todos lados, escuché a un periodista mexicano medianamente reconocido decir: “Lástima que agarraron al Chapo. Nos daba notas”.

Y, sin embargo, muchos mexicanos ya dan por cierta esa hipótesis.

No importa que la PGR haya señalado –casi como la letra chiquita de un contrato que nadie nunca lee– que la investigación sigue y debe continuar hasta que los exámenes de ADN arrojen resultados que lo confirmen. No importa que los 43 normalistas siguen siendo considerados como “desaparecidos”. No importa que el grupo de peritos argentinos (EAAF) que colabora en el caso haya dicho que, entre los restos encontrados hasta ahora, no corresponden a los de los estudiantes. No importa que al final lo único que nos quede sea esperar los resultados que arroje la Universidad de Innsbruck, en Austria.

Ya no importa nada de eso porque el tema de Ayotzinapa se nos presenta, paulatinamente, como algo que, inevitablemente, ha sufrido una muerte necesaria. Lo hemos matado de diferentes maneras. Pero hemos sido nosotros, de la misma manera que matamos al #YoSoy132, la Guardería ABC, los 72 migrantes de Tamaulipas… Y la prueba de ello se divide de dos maneras. En primer lugar están algunas de las portadas que periódicos nacionales publicaron al día siguiente de la conferencia de la PGR. “¡Calcinados!”, cabeceó el diario La Prensa. “Los mataron: PGR”, tituló Excélsior.

Pero en segundo lugar están los nuevos temas que ocupan las agendas de los medios mexicanos: que el presidente Enrique Peña Nieto está de viaje en China, que su esposa lo acompañó y se llevó a su maquillista personal, que quemaron la puerta de la sede del gobierno federal en una protesta, que a la hija de la esposa del primer mandatario no le importa lo que sucede en Ayotzinapa…

Resultaría injusto decir que la cobertura que la prensa mexicana ha hecho del caso Ayotzinapa se ha frenado por completo. Pero habría que reconocer que se ha fragmentado. Y la razón es sencilla: los 43 estudiantes desaparecidos ya no son noticia.

Hay una fórmula perversa y a la vez cínica que, de tanto en tanto, aparece en el periodismo mexicano, y que reza de la siguiente forma: “Ya no hay nota”. Cuando detuvieron al Chapo Guzmán, ese capo de la droga buscado por más de 10 años en todos lados, escuché a un periodista mexicano medianamente reconocido decir: “Lástima que agarraron al Chapo. Nos daba notas”.

Con el caso Ayotzinapa ocurre algo que suele suceder con las causas que claman justicia en este país. Se trata de un proceso que es al mismo tiempo triste y revelador, pero que sitúa todos estos temas en la periferia de las “grandes cosas” que suceden en el país. Por lo tanto, dejan de aparecer en la prensa mexicana todos los otros Ayotzinapas de México, ese centenar de causas que siguen desatendidas, aunque la gente las recupere e intente reivindicarlas con manifestaciones y protestas.

De tal manera que lo relacionado con Ayotzinapa se ha reducido a las marchas por los normalistas que hay en Acapulco, uno de los puntos turísticos más importantes de México, y los estragos económicos que las protestas están causándole. Hay que decirlo: lo que sucede en Acapulco es preocupante. Pero no olvidemos de dónde surgen las protestas. No olvidemos que las manifestaciones no son hechos aislados.

El enfoque, sin embargo, dista de la reivindicación de las causas sociales. Basta ver cómo el incendio del portón de Palacio Nacional, la sede del poder ejecutivo en México, logró su cometido: todos, hasta los columnistas más críticos, terminaron por hablar de la quema y no de la protesta por Ayotzinapa que le antecedió.

En la prensa de pronto se habló de cómo un hecho similar ponía en riesgo a nuestros símbolos patrios. Y eso nos recordó que en México también estamos llenos de lugares comunes.

Al momento de escribir este texto, el país se ufana porque la selección nacional de futbol le ganó a Holanda, lo que de alguna manera ha hecho que logremos reivindicar ese lema que resonó por todo Twitter durante el Mundial de Brasil 2014: #NoEraPenal.

Y entre los gritos de júbilo de los aficionados no se escucharon más los zumbidos.

Al igual que la quema en Palacio Nacional, el #NoEraPenal revela ese falso nacionalismo que, al estar desgarrándose, se aferra a todo lo que encuentra a su paso: que el ganarle a una selección de futbol sea más importante que encontrar a los 43 estudiantes desaparecidos.

Pero en México tendemos a reducir nuestros malestares a fórmulas pequeñas y olvidables. Y con Ayotzinapa existe el peligro de que ocurra algo similar. #FueElEstado y #YaMeCansé son hashtags que no se pueden reivindicar con goles. Y habría que preguntarnos qué fenómenos hacen que, como sociedad civil, no podamos lanzar una crítica que vaya más allá de los hashtags. Que no se indigne tanto porque la hija de la esposa del presidente no se interesa por lo que sucedió en Ayotzinapa pero que no se conforme con ganar por un gol. Que haga el esfuerzo por ponerle atención a lo que nuestros moscos nos están tratando de decir.

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