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Cuando Mónica González entrevistó a Arturo Fontaine, exdirector de “El Mercurio”

Por ~ Publicado el 11 noviembre 2015

Apuntes de una época feroz (Hueders, 2015), antología de textos de Mónica González, periodista y directora de Ciper, es una muestra del terror, la represión y la corrupción durante la dictadura militar en Chile. La publicación incluye reportajes y entrevistas a víctimas y victimarios, publicados en medios como Cauce y Análisis. Rescatamos acá la entrevista de González a Arturo Fontaine, exdirector de El Mercurio, publicada en La Nación el 5 de septiembre de 1993. Agradecemos a editorial Hueders la gentileza de permitirnos publicar este texto.

Detalle Apuntes de una época feroz

Arturo Fontaine: “El orden es lo único que importa” (1993)

Once años después de ser despedido de la dirección de El Mercurio, cuando su figura parecía olvidada, Mónica González fue al encuentro de uno de los hombres más influyentes de la derecha chilena bajo dictadura. Fue una conversación larga y sincera, en la que el abogado llegó a reconocer que los domingos, para congraciarse con quien dirigía el régimen, solía escribir el horóscopo de Pinochet, nacido bajo el signo de Sagitario. Sin embargo, no todas las confesiones y excusas de Fontaine fueron publicadas. Al regresar al diario La Nación, donde trabajaba, Mónica González reparó en que su grabadora sólo había registrado una parte de la entrevista. Fontaine, a la vez, se sintió aliviado: consciente de que había hablado más de la cuenta, se negó a volver a conversar con la periodista.

Entre 1973 y 1982 tuvo más poder que ningún político en Chile. Desde su columna editorial en El Mercurio entregaba las claves a los fanáticos del régimen militar y también a los opositores para penetrar la secreta trama del poder. Y cuando estaba instalado en el pináculo de su carrera, convertido en un semidiós, como director del matutino, uno de esos editoriales titulado “Malos días”, le significó el quiebre más importante en su carrera profesional, y un golpe a su identidad que hasta hoy le es difícil digerir. En pocos minutos debió despejar su escritorio y poner término a 20 años de periodismo, profesión en la que se inició a los 42 años, cuando abandonó la práctica del derecho. Su porte elegante y su mirada aguda, por segundos, sólo un chispazo, revelan cuán duro fue el impacto que los años apenas han morigerado. En 1983 partió a Argentina como embajador, y allí permanecería más de tres años. Hoy, de regreso a la abogacía, y de vez en cuando incursionando en el periodismo como columnista, se ha convertido en un agudo analista de los fenómenos políticos del país. Y si hay que recordar el 11 de septiembre de 1973 y los años que siguieron, vale la pena hacerlo con Arturo Fontaine. Hay serenidad, un intento por acercarse a su verdad íntima y también, aunque deteste la palabra, un deseo de pedir perdón a quienes ofendió.

El 11 de septiembre de 1974 El Mercurio publicó una separata llamada “¿Cómo llegaron las Fuerzas Armadas a la acción del 11 de septiembre de 1973?”, que fue escrita por usted.
Por mí y por Cristián Zegers… ¡Ha pasado tanto tiempo!

Fue la primera vez que se revelaron episodios desconocidos de la gestación del golpe de Estado. ¿Suscribiría hoy todo lo que allí afirmó?
Creo que sí. Puede que haya habido inexactitudes, pero en la línea general lo suscribiría totalmente. Adhiero al 11 de septiembre resueltamente, sin ningún atenuante.

Pero ya no podría afirmar que el asesinato del comandante Arturo Araya, el edecán naval del presidente Allende, fue cometido por la izquierda. Hoy se sabe que fue un grupo de extrema derecha amnistiado por el general Pinochet.
Es la primera noticia que tengo. Indudablemente hoy tendría que revisar ese antecedente.

¿Suscribiría hoy la existencia del Plan Zeta?
Eso me parece más discutible. No tengo ninguna prueba de que exista. En ese momento se daba como un hecho cierto. El Plan Zeta para mí es hoy una incógnita.

No despejó en esa separata otra incógnita que circuló mucho tiempo. ¿Los pilotos de los Hawker Hunter que bombardearon La Moneda fueron chilenos o norteamericanos?
Sin duda, chilenos. Meses antes del Golpe, la FACh hizo una exhibición cinematográfica de maniobras. Contemplé cómo unos aviones destruían un pequeño objetivo. Entonces creí que era una ficción de película. He llegado a la conclusión de que nada de eso fue ficción. Los pilotos chilenos tienen una eficacia tremenda. Y los norteamericanos, con los que sí teníamos contacto, estaban muy al margen. Ellos pretendieron ejercer su influencia —a través de la CIA— de tipo político, en la primera etapa, para impedir que Allende asumiera el poder.

Hablando de la CIA, ¿cómo enfrentó la revelación que más tarde saliera del Congreso norteamericano de que la CIA había entregado a El Mercurio un millón 600 mil dólares?
En esos tiempos era una cantidad muy importante. Voy a ser muy franco: yo era periodista, sin vinculación alguna con la empresa para efectos comerciales y con una visión de entusiasmo por la guerra periodística. René Silva Espejo, el director, era igual. Formábamos un equipo que disfrutaba. Un período inolvidable… bueno, efectivamente El Mercurio tuvo una caída de su avisaje a raíz de que Allende asumió la presidencia, y aun antes. En ese momento, es posible que gente de la empresa haya pedido auxilio.

La entrega de las platas está probada y hasta se saben los nombres de quienes las recibieron.
Que fuera la CIA es secundario. El chileno que pide auxilio en ese momento está pensando en el refuerzo norteamericano y a lo mejor ni siquiera norteamericano, sino que brasileño. Después, en la investigación, aparece como un aporte de la CIA, pero eso quedó completamente al margen de nuestro conocimiento.

¿Suscribiría hoy la existencia del Plan Zeta?
Eso me parece más discutible. No tengo ninguna prueba de que exista.

Y cuando lo supo, ¿qué le pasó?
Era lo único que se podía hacer. Si el diario iba a morir era preferible que se mantuviera. Como después hubo cuantiosos recursos para mantener entidades culturales, e incluso políticas, durante todo el gobierno militar. La transnacionalización de la política es algo que se produce generalmente en torno a un movimiento revolucionario de un país en desarrollo. Cuando surgió la revelación, no me gustó, pero no es algo deshonroso.

En su libro Los economistas y el presidente Pinochet hace revelaciones sobre lo que fue el proceso de gestación del modelo económico aplicado por el régimen militar. Se desprende que el verdadero autor del Golpe es la Armada, que tuvo la visión de pensar en el modelo a aplicar después de realizada la operación militar.
Usted plantea un juicio histórico. Sé que existía una gran inquietud en la Armada Nacional, que por su propia estructura y formación está más cerca de los civiles. Han tenido sin duda una muy importante labor en el plano económico. Creo que la historia se va a encargar de equilibrar las cosas. La idea de que las Fuerzas Armadas tuvieran un pensamiento económico fue una medida de prudencia elemental. Así como los mismos economistas estaban haciendo esto en una expectativa eventual.

¿Los empresarios no demostraron eficiencia cuando declararon la guerra?
Tiene una idea poco optimista de cómo ocurrieron las cosas. Como que hubiera habido una conspiración, en todo el sentido que tiene la palabra para los americanos. La verdad es que los empresarios quedaron muy superados por los acontecimientos. En El Mercurio teníamos una página económica, que comenzó a finales del gobierno de Frei, con las mismas ideas que después se aplicaron, y sin propósito conspirativo. Los empresarios chilenos miraban con distancia esas posiciones, porque eran perjudiciales para una industria protegida y una agricultura poco progresista. La verdad es que las Fuerzas Armadas hicieron todo. Se toman el país en 24 horas y se acabó.

¿Cómo vio comportarse a la izquierda el 11 de septiembre, después de lo que prometió un sector de ella en términos de remecer Chile y crear un nuevo Vietnam?
Una izquierda también manejada desde el exterior, ilusionada, dando rienda suelta a una utopía de juventud animada por la experiencia de Cuba y Vietnam. Una aventura que no estaba a la altura del país. Precisamente por ser utópicos y soñadores amenazaron mucho más allá del poder que tenían. En vez de plantear, como lo hacían los comunistas, más sagaces, una democracia que caminaba hacia el régimen socialista, empezaron a pensar que éste ya existía, y a hablar un idioma castrista. Actuaban como si estuvieran en un régimen stalinista en circunstancias de que Allende no lo era. La gente no aceptó locuras.

¿Por qué esa gente sí aceptó la locura de tener un régimen militar sin libertades casi 18 años?
Porque era muy cuerdo, empezó por poner orden en un país en donde cada cual hacía lo que se le antojaba. Una vez el presidente Allende dijo a los trabajadores del Ministerio de Obras Públicas que en vez de tomarse el ministerio, por qué no iban a tomarse El Mercurio. Frase ingeniosa, pero brutal. En el ardor de la situación hicimos unos tremendos editoriales diciendo que el presidente estaba invitando a tomarse un medio de comunicación por la fuerza.

Por un minuto, reflexione: usted tuvo en ese tiempo el derecho a expresar sus ideas y llamar a la defensa de El Mercurio. Poco tiempo después, a millones de chilenos se les quitó la posibilidad de expresarse, sin apelación. ¿Ve la diferencia?
Claro, pero debieron haberlo pensado antes de actuar. Lo que me parece relevante del período anterior al 11 es la enorme irresponsabilidad –no delictual–, la falta de madurez para darse cuenta de que existen instituciones que custodian. No se podía jugar con la Corte Suprema, con el Congreso Nacional.

¿Por qué la Corte Suprema, el Ejército, El Mercurio, pueden ser intocables, y cuando se trata de la vida de gente anónima no pasa nada?
Así es la vida. Consiste en que hay gente que tiene poder y otra que no lo tiene, pero el orden jurídico es una realidad, existe, y ese orden fue tocado y se desarmaron principios y normas que funcionaban en el Estado democrático. La irrupción militar no fue una cosa deseada, programada ni racional, fue un instinto de defensa del país dividido y debilitado. Y entonces empezó a actuar la fuerza militar.

¿No hubo ni un solo poder de los “intocables” que pudiera controlar esa fuerza militar para que no tuviéramos el costo humano que hoy nos causa tantos problemas?
En la misma medida en que ese costo siga siendo motivo de provocación, será más peligroso arreglar el problema.

Habla del terror que vivieron los que piensan como usted durante la UP. ¿Se imagina el que experimentó mucha gente durante 17 años?
Lo veo ahora, en ese momento no lo veía.

En mayo de 1980 decía: “El Mercurio crea la noticia. Basta que digamos o enfaticemos un hecho, para que de inmediato se convierta en noticia”.
¡Qué suficiencia más grande! Eso no lo afirmaría hoy por suficiente.

Si El Mercurio hubiera publicado una sola información sobre los detenidos ilegales, las cárceles clandestinas o los desaparecidos, ¿no se habría iniciado el control?
A pesar de que tuvimos Estado de Sitio e incluso censura externa, y de ahí se pasó a la autocensura, que en nuestro caso fue bastante leve, la verdad es que por la vía del cable publicamos una cantidad de noticias sobre los fusilamientos y pérdidas de vida. Y mucho más adelante…

Es en la época primera cuando se produce el mayor número de muertos. ¿No hay responsabilidad por haber silenciado lo que ocurría, sabiendo que si El Mercurio lo informaba le creerían? Nunca escribió la palabra DINA hasta cuando se disolvió.
Puede no creerme, pero en el tiempo duro, la verdad es que uno tenía muy poca información real del campo policial. Estaba rodeado de elementos de influencia importante que planteaban muchos problemas graves: la presión norteamericana por ejemplo. A uno le decían: hubo un enfrentamiento con gente del MIR, hay detenidos, y eso era algo que estaba al margen de mi vida normal profesional. Es posible que algunos de los periodistas de El Mercurio tuvieran información…

Y hay constancia de ello. Los recursos de amparo se mandaban sistemáticamente con la esperanza de que salieran publicados.
Bueno, ahí me agarró, nomás. No tengo ninguna explicación que darle.

¿Por qué la Corte Suprema, el Ejército, El Mercurio, pueden ser intocables, y cuando se trata de la vida de gente anónima no pasa nada?
Así es la vida.

¿Por qué no se publicaban? Todos los medios de comunicación tienen influencias que juegan para las opciones en la información. ¿Cuál fue la suya?
¡El orden, sin duda! Es el valor político más importante o el único que importa. Del orden surge todo lo demás. Sinceramente, yo estaba muy preocupado de la fragilidad del régimen.

¿Creía que el régimen militar era frágil?
Sí, y me equivoqué. También pensaba algo que ha desmentido la historia: que los militares no sabían gobernar. Y sin embargo existe una larga historia de capitanes generales, empezando por Alejandro Magno y siguiendo con De Gaulle. Después de todo lo que había ocurrido y de las dificultades que se presentaron para sacar adelante al país, uno estaba en otro tema. Y ese asunto de los detenidos parecía siempre menor.

¿No había un trastoque de valores, ya que la vida es más importante que el orden?
Defender el orden es hacer una opción por la vida. Es cierto, esa zona del país se ocultó. No recuerdo haber tenido nunca un recurso de amparo en mi escritorio, pero es posible que le haya negado la palabra a un opositor por estimar que él ya no estaba en el campo de la noticia. La noticia era otra. Siempre creí que el asesinato de Orlando Letelier había sido un juego contra el país. Teníamos la convicción absoluta de que el proceso militar se estaba cumpliendo regularmente y que había uno que otro abuso, algún crimen, porque hay delincuentes que se meten en estas cosas, pero que el clima de guerra permitía pensar que las cosas estaban en orden.

¿Ha cambiado su opinión?
Lo que hace difícil cambiar es la existencia de personas que se levantan como jueces y condenan todo, y no advierten que la guerra de Vietnam no empezó por los militares, sino por el otro lado. La guerra simulada o literaria se la creyó mucha gente.

¿Por qué afirma que el Ejército tiene hoy más influencia que durante el régimen militar?
Y negativamente. El régimen democrático se ha asentado con temor, porque no ha podido todavía absorber el pasado. El tema “punto final” es el punto clave, porque las cosas pasaron como fueron, se cometieron delitos, ha habido muertos, sufrimientos, mil atrocidades, y eso no tiene arreglo humano. Es una barbaridad, pero se la digo. Hay que encontrar una solución imaginativa como la que siempre han tenido los bandos beligerantes cuando llega la paz.

En mayo de 1980 usted afirmó que en Chile había plena libertad de expresión, sólo restringida a la creación de nuevos medios de comunicación. ¿Se arrepiente de lo dicho?
Curiosamente, a pesar de que no recuerdo exactamente esas expresiones, lo que ocurrió fue que dos años después yo mismo comprobé en carne propia que estaba equivocado cuando se puso término con mucha brusquedad a mis servicios como director de El Mercurio.

Fue en 1982, cuando escribió un editorial en el que hace mención al crimen de Tucapel Jiménez.
Para ser muy claro, esa fue la causal de mi exoneración.

¿Fue el general Pinochet el que pidió su despido?
No.

Un hombre importante del actual gobierno comentó en ese momento: “Que lástima, uno puede discrepar de Fontaine, pero no se merecía un despido de cocinera”.
La comparación no es grata, no me gusta, pero la verdad es que fue un quiebre abrupto de mi carrera profesional. Fue un gran golpe para mí. Perdí muchas cosas… Estaba en la cima de mi carrera. Esa es la verdad. Me causa risa recordar que una vez el embajador de Estados Unidos me dijo que después de Pinochet yo era el hombre más importante de Chile.

¿Cómo se explicaba esa importancia?
Porque no existían el Poder Legislativo ni partidos, de manera que la actividad política de alguna manera se reflejaba en la actuación de El Mercurio. Y de hecho, a pesar de las muchas críticas que pueda merecer la actuación de ese diario, la verdad es que se dijeron muchas cosas y se contribuyó a la moderación en muchos aspectos. Sí, es cierto, perdí mucho, pero no fui como las madres a reclamar frente a La Moneda.

Perdió poder y su escritorio, no un hijo o a su esposa.
Sí, es cierto, yo no perdí un hijo. En esos cargos uno se ve rodeado de muchos halagos y pierde un poco el sentido de la autocrítica y la modestia. A pesar de que para mí la salida de El Mercurio fue un hecho muy doloroso, le agradezco a Dios que haya ocurrido, porque me permitió volver a la realidad.

¿Por qué no volvió al periodismo?
No pude. A pesar de todo lo que ha ocurrido, le siento mucho afecto a El Mercurio y no encontré posibilidades de redacción en columnas equivalentes. Soy mal columnista y creo que soy de regular para arriba como editorialista. La columna anónima responsable de un gran diario era una satisfacción muy grande.

En definitiva, ¿por qué debió dejar El Mercurio?
Fue un problema político, también un problema interno del diario. En definitiva, el presidente de la empresa tiene plenas facultades para disponer de su personal de confianza. Me sentía de la casa y no tuve la perspicacia para darme cuenta de que en esos cargos se corren riesgos.

¿Fueron solidarios sus ex colaboradores?
Sí. Las mujeres de El Mercurio –como siempre, las mujeres– fueron las que lo demostraron. Recuerdo que fui a saludar a Pinochet y a la salida de La Moneda ellas prepararon una conferencia de prensa para que me preguntaran por qué me había ido de El Mercurio. Fue entonces que dije que me habían echado. Causó mucho revuelo.

¿Ser parte de El Mercurio es más que trabajar en un diario?
Siempre sostuve que era una institución. Discutía con los amigos que estaban a cargo de la administración económica, que veían las cosas desde su punto financiero. Les decía: está muy bien todo eso, pero la institución tiene alma y reglas propias. Uno ve que todavía está esa alma y eso produce satisfacción.

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Apuntes de una época feroz
Mónica González
Editorial Hueders
2015

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