Entrevistas

Cristian Alarcón, escritor y periodista: “El periodismo está entre la espada y la pared, entre el abatimiento de la conciencia de la extinción y la creencia en la posibilidad de un futuro”

Por ~ Publicado el 19 mayo 2022

Recientemente galardonado con el Premio Alfaguara de novela, el cronista chileno-argentino estuvo unos días en Chile como invitado de honor a la ceremonia del Premio Periodismo de Excelencia UAH 2021 para luego partir a Argentina a celebrar los 10 años de la revista Anfibia, de la cual es fundador y director periodístico. A pesar del ajetreo, Alarcón se hizo un tiempo para conversar con Puroperiodismo acerca de su libro El Tercer Paraísoy el futuro del periodismo independiente en Latinoamérica. “En un mundo donde ya es difícil abrazar las ideas y los grandes proyectos de transformación, se abrazan las prácticas, y esto hay que tomarlo como un enorme dato posibilitador de cambios en el mundo y en nuestra profesión”, dice en esta entrevista.


Es sábado 14 de mayo y en medio de los preparativos para el festival que celebrará los primeros diez años de la revista Anfibia, su fundador y director periodístico, Cristian Alarcón, atiende el teléfono desde Buenos Aires, Argentina. La entrevista iba a ser en principio presencial, unos días antes y a este lado de la cordillera, pero todo se corrió, pues él mismo corría. Su breve y vertiginosa estadía en Chile como invitado de honor a la ceremonia del Premio Periodismo de Excelencia 2021 –que entrega el Departamento de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado (UAH)–, estuvo marcada por un ir y venir entre reuniones y entrevistas y juntas con los decenas de colegas, amigos y amigas que tiene en el país, sin pausa alguna. Pese a contestar puntualmente, pide unos minutos para concentrar su atención en las preguntas, pues a solo cuatro horas del evento aún hay detalles que debe resolver.

“Yo estoy muy agotado porque solo paso por Buenos Aires tres o cuatro días y cuando paso por Buenos Aires hay que resolver doscientas cosas. En esta ocasión es el festival que empieza a la tres de la tarde y termina a las nueve y después hay una fiesta toda la noche y el lunes me voy a México”, reconoce.

Alarcón sigue corre que corre.

Así han sido los últimos meses para el escritor. Tras la publicación de su primera novela, El Tercer Paraíso (Alfaguara, 2022), el ritmo ha sido frenético. Viajes, entrevistas, conferencias, premios y fiestas han copado la agenda de uno de los periodistas y autores que han revolucionado la escena de la narrativa latinoamericana.

Autor de los títulos de no ficción Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” (2003), Si me querés, quereme transa” (2010) y Un mar de castillos peronistas” (2013), Alarcón evoluciona en su nueva obra –su primera incursión en la ficción– a una escritura profundamente reflexiva, influenciada por la pandemia y concentrada en la introspección.

Construida en base a la sumersión del narrador en la reflexión del presente, la pasión por la botánica en medio de la pandemia y la reconstrucción de las experiencias de su niñez y familia en el Chile rural de la década de los 70’, “El Tercer Paraíso aborda desde un relato en primera persona el encuentro de Alarcón con las vivencias que alguna vez transitaron por su cuerpo.

“La novela abre una puerta a la esperanza de hallar en lo pequeño un refugio frente a las tragedias colectivas”, reza parte del acta del jurado que le otorgó el Premio Alfaguara de Novela 2022.

Cristian Alarcón ( Foto Gentileza Silvina Frydlewsky y El País)

Cristian Alarcón (Foto: Gentileza de Silvina Frydlewsky y El País)

Esta obra es la primera novela en su carrera. ¿Cómo fue este tránsito desde la narrativa de no ficción y la investigación a una de ficción?

Yo creo que en esta transición, lo más fuerte para alguien que utilizó tanto tiempo ocupándose con obsesión de reconstruir historias pretéritas, llenas de conflicto, de violencia, de matices y de grietas a la recreación, reinvención y ficcionalización a una trama familiar es el olvido del método. Dejar atrás lo aprendido para sostener el relato en hechos comprobados, documentos, testimonios, archivos… un corpus material con el que yo me sentía tan cómodo, que paradójicamente los últimos dos libros no los pude terminar.

¿Fue algo parecido pasar del relato enfocado a la reconstrucción de las historias de terceros a un relato profundamente personal?

Es que fue tan extraordinaria la liberación y el alivio que me produjo darme cuenta de que no iba a tener que entrevistar absolutamente a nadie, que no tenía que ir a ningún lugar a buscar nada, que no iba a tener que poner el cuerpo en situaciones de peligro o de tensión, que no iba a tener que cargar con los vínculos con sujetos sumergidos en batallas y guerras; que la decisión de pasar a la ficción me resultó un oasis dentro de la pandemia, pero también un oasis de tantos años del imperativo fáctico de la edificación del dato y la comprobación de cada detalle que era capaz de poner en un libro. Yo mismo enseñaba en los talleres de crónica que daba hace muchísimos años en América Latina y en Buenos Aires cómo la acumulación y la perfección de las investigaciones eran lo único que nos podía brindar la suficiente libertad creativa como para ser originales en la escritura. En mis clases, impulsaba a los y las jóvenes a experimentar con el lenguaje, pero además de hacerlos leer cierta literatura y cambiar sus dispositivos subjetivos y sensibles para observar, escuchar y sentir, los invitaba a jugar con estos elementos para romper con el canon de la crónica latinoamericana liberal y dejar de repetir los moldes que venían ocupando la escena desde los años ‘90.

Este relato está marcado por episodios de mucha violencia en lo familiar y en la niñez. En este sentido, uno de los puntos álgidos de la novela es cuando relatas un episodio en que te someten a una terapia de reconversión en tu niñez. ¿Qué significó para ti plasmar estos momentos en el libro?

La aprehensión hubiera jugado absolutamente en contra de la calidad del relato y no me hubiera permitido avanzar creativamente en la construcción o deconstrucción de las escenas que este narrador botánico a las afueras de la ciudad cree recordar. Me hubiera atado nuevamente al mandato de la verdad y me hubiera condenado a la culpa judeo-cristiana de estar revelando lo imposible de narrar. Los pactos de silencio de las familias son universales para sobrevivir y seguir amándose; los sujetos que cometieron felonías, violencias, negaciones, abusos, lo niegan. Muchas veces las víctimas también ¿Quién es uno para meterse así y resolver ese conflicto? Si no es la ley ni la justicia, ni mucho menos la religión.

Afortunadamente la literatura no tiene nada que ver con esos pactos. La novela es la ruptura de cualquier pacto con lo real. Yo me despegué completamente y me puse al servicio de esa narración. La preocupación por lo que algún personaje vivo de la historia pueda sentir me excede absolutamente, a niveles que solo espero que sus sensibilidades sean lo suficientemente como para comprender la dimensión que tiene el libro como objeto completo.

Si quisieran mirarse especularmente en algunos de los 158 espejos del libro estarían cometiendo un error. Deberían lidiar con sus fantasmas de una manera que ni siquiera me interese conocer. Por eso la literatura de ficción se separa del periodismo hasta que duele.

Una especie de despersonalización en la escritura

La escritura manda, lo que hay es una extrema frialdad a la hora de trabajar. Yo después de escribir algunas escenas lloraba en la soledad de mi cabaña, pero era quizás el efecto de transitar por el cuerpo una escritura que había pasado por el cuerpo. No lloraba por el dolor que pudo haber producido el conocimiento de tal o cual escena ni lloraba por los personajes. Era un llanto de liberación, un regocijo dentro de la inmensa experiencia de sentirse uno menos denso, más volátil y, sobre todo, más atado a un destino que no es forjado solamente por uno mismo.

–¿Cómo crees que influenció la pandemia en la literatura, por ejemplo en textos como tu novela, y en general en el periodismo?

Ahí mi perspectiva cambia completamente. Podría hablarte de este proceso creativo que es muy singular. No podría generalizar porque desconozco la obra de otros autores porque estuve absolutamente sumergido en la mía y si acaso pude leer todo lo que llegó a mis manos de botánica y sobre historia natural. A otros escritores que sí, de un modo a veces más poético y desde la misma poesía vienen desde el inicio de los tiempos trabajando la naturaleza. Creo que todo lo que tenía que leer sobre violencia y realismo norteamericano ya lo había leído, por suerte, porque tiene que ver con la posibilidad de reconstruir un modo de contar la violencia rural y de clase que se vive en esta novela.

En el caso del periodismo creo que lo que hizo la pandemia fue acelerar un desgaste que pareciera que es aparentemente irreversible en el mundo entero. A excepción de las heroicidades de quienes siguen investigando en equipos mal pagos, contra viento y marea, a pesar del decrecimiento en espacios de publicación y sobre todo en la renta que obtiene por el oficio. Es algo que aún no puede ser dimensionado. Con el periodismo nos pasa como casi la extinción: no podemos hacerlo si vivimos en la conciencia de su desaparición. Por eso las conciencias colectivas están puestas en otras urgencias impuestas por este post-capitalismo financiero.

En el periodismo los efectos primero son económicos y tienen que ver con la crisis de los modelos de negocio y el carácter que tienen los grandes capitales que todavía sostienen a los grupos mediáticos más poderosos y hegemónicos. La gran pregunta, en todo caso, no es sobre ese periodismo que se transforma al ritmo de la lógica corporativa, sino qué pasa con el periodismo independiente. Mi llamado de atención reflexionando sobre todo esto, desde un punto de crítica literaria, tiene que ver con el hecho de cómo dejamos de percibir salarios. Los periodistas terminan soportando con su propia espalda y sus bolsillos el ejercicio de su tarea, como si se tratara de artistas.

¿En qué sentido podría asimilarse al arte?

Es como si de pronto el periodismo fuese un arte del siglo XX, donde ya no existen mecenas y si uno quiere la libertad para ejercer su práctica artística tiene que financiarla. Esto hace que haya varios peligros. La pregunta que continua al dato de la Fundación Gabo y su estudio el hormiguero digital, lo que sigue de ese dato cruel de que en Chile el 54% de los medios nativos digitales está sostenido por sus propios periodistas. Allí se mezclan algunas familias que han hecho en las últimas dos generaciones una cierta fortuna y destinan como una inversión estos proyectos. En otros casos, se trata de la fuerza laboral que pasan frente a sus entrevistados. Se traduce en una multiplicidad de tareas agotadoras que incluye las redes sociales, el diseño, el marketing, la búsqueda de recursos y podríamos profundizar todavía más. La pregunta sobre quiénes somos y a dónde vamos nos obliga a un examen de autoconciencia. Es muy difícil.

Yo no dudo de que evidentemente estamos ante una potencia inusitada de un colectivo de jóvenes, porque la mayoría son jóvenes que deciden, a pesar de lo aciago del futuro, insistir en el periodismo. Esto es absolutamente extraordinario, porque esa potencia no está sostenida por las reglas del mercado. Pero en un mundo donde ya es difícil abrazar las ideas y los grandes proyectos de transformación, se abrazan las prácticas, y esto hay que tomarlo como un enorme dato posibilitador de cambios en el mundo y en nuestra profesión. Así que el periodismo está entre la espada y la pared, entre el abatimiento de la conciencia de la extinción y la creencia, la fe, en la posibilidad de un futuro.

En tu discurso en el Premio de Periodismo de Excelencia de la UAH mencionaste el factor del ego en el periodismo¿De qué manera crees que este ego se manifiesta en el periodismo y cómo crees que podemos superarlo?

Son múltiples los modos en que el ego nos juega la mala pasada de convencernos de algo que no es. Porque primero establece el punto cúlmine de la satisfacción y va minando nuestra posibilidad de la autocrítica. Creo que también este es el reverso del efecto que tienen los espacios de consagración de los premios. En el proyecto que imaginamos con Cronos Lab, con Cristina Rivera Garza, el objetivo es trabajar con periodistas consagrados. Publicaciones de libros o textos trascendentes, sus experiencias en la creación y gestión de medios. Y es para la gente con ese tipo de experiencia, con la idea de confrontarlos a un pensamiento crítico como el de Cristina, para que sean capaces de salir de esta confortabilidad que les produjo algún tipo de consagración.

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Concebida hace una década, revista Anfibia nació del programa Lectura Mundi de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el apoyo de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, hoy Fundación Gabo.

Anfibia es belleza, creatividad, experimento, cultura pop. Es un cruce de lenguajes. Nos gusta tener la información pero nos desvela saber qué hacer con ella. Para eso, el arte siempre está ahí. En las palabras y en las imágenes, incluso en aquellas que responden a una belleza no hegemónica y que visibilizan los temas que nos resistimos a ver”, expresa la autodescripción del sitio web de la revista.

La innovación, mutación y repensar el periodismo han sido las banderas que ha levantado en Latinoamérica este proyecto impulsado fuertemente por los jóvenes, según dice su fundador y director periodístico.

Cartel del Festival Anfibio, organizado para celebrar los 10 años de Revista Anfibia.

Cartel del Festival Anfibio, organizado para celebrar los 10 años de revista Anfibia.

Hoy 14 de mayo se cumplen 10 años desde el nacimiento de Anfibia ¿Cuánto ha mutado tu visión de este proyecto desde su inicio?

Uy, un montón. Yo no sabía cuando comencé Anfibia que la mutación sería la clave de todo el proceso, porque uno no puede conocer eso, ni siquiera cuando se enamora puede saber que todo es mutación. Con el proceso que significó esta pasión inmensa de un grupo de jóvenes que comienza el proyecto en una universidad pública del conurbano bonaerense en uno de los municipios más pobres, donde se levanta una universidad cuyas estructuras, delicias y laboratorios son realmente del primer mundo, cuyo potencial de conocimiento es infernal, con un nivel de desarrollo científico que dialoga con las universidades más importantes del sur, con relaciones profundas con universidades de África, pero también con el norte donde se concentra el nivel de inversión más alto de conocimiento.

Llegamos a crear en principio un método que fue reunir académicos con narradores y luego un corpus teórico que nos iba a impulsar que esa multidisciplinariedad se tradujera en experimentaciones con otros campos, y no solo del conocimiento, sino que con el mundo de las artes y la cultura, con el activismo y las innovaciones sociales. Ahora, creo que uno se habría sentido abatido porque era una ambición demasiado grande.

¿Cómo proyecta los próximos años de Anfibia?

Ahora llegamos a los diez años con un desafío gigantesco que es repensar no solo como un dispositivo de dar cuenta del pasado y el presente, sino que también con el compromiso de la futuridad que implica reconocer las condiciones de posibilidad para mapear proyectos, nudos o para descubrir e imaginar: el futuro como un ejercicio de imaginación. El festival de esta tarde [sábado 14 de mayo] está pensado para construir pistas para nosotros mismos. Es un obsequio que le hacemos a la comunidad de Anfibia para festejar y celebrar los diez años y que al mismo tiempo es lúdico, recreativo, un mapeo de cuales son las posibilidades político-narrativas de un dispositivo tan complejo como Anfibia.

Si alguien recorre la perfomance de la inmigración colombiana en Buenos Aires; el podcast sobre fuga de cárceles; el debate de los próximos diez años, en el que hay una diversidad de hablantes que no provienen solo del campo del conocimiento, sino que de las grandes agendas temáticas que van desde la tecnología hasta el medioambiente, a la cuestión de la no binariedad en término de identidades y políticas no disidentes; y pasa por la performance de El Tercer Paraíso, el diálogo con Florencia de la V, los bailarines de danza contemporánea que bailan texto sobre cuerpo, los artistas que muestran obras de arte digital con cascos 3D, los cuatro puestos de ventas de plantas nativas y carnívoras y la charla sobre cómo transformar nuestras ciudades en aliados al jardín el tercer paisaje; el que transite eso y lo quiera unir va a poder imaginar la Anfibia del futuro.

En este sentido, desde Anfibia ha surgido la corriente del periodismo performático. ¿Cómo se podría definir en su esencia?

Es el ejercicio de vanguardia en torno a la investigación periodística. Es un artista, ojalá proveniente de la performance, pero no necesariamente, y un periodista con experiencia, ante un tema importante para la agenda contemporánea, sumergidos durante cuatro meses en la búsqueda de información, con texto, testimonios, que permitan la libertad creativa de construir una escena en la que participe idealmente los protagonistas de las historias con sus propias voces y sus propios cuerpos, lo que consideran más trascendente. Produciendo en los espectadores, que muchas veces son partícipes por la lógica de la performance, emoción y conmoción y hasta diversión. Es un periodismo que apela a la lúdica de los sentimientos sin renegar jamás de la realidad y de la verdad. La gran diferencia entre el periodismo clásico, incluso la crónica latinoamericana, y el periodismo performático, es que la sinapsis de quienes la experimentan no es necesariamente inmediata. La experiencia de la performance te acompaña en el cuerpo y aterriza, como la mejor de las literaturas, en tu cabeza días o semanas después, porque necesitas otros elementos de la realidad para terminar de encontrar un sentido.

¿Qué posibilidades ve en Latinoamérica en esta corriente?

Tiene unas posibilidades gigantescas. Yo no descarto en absoluto que Chile sea un escenario para que hagamos esto. Estamos llegando con una productora de contenido que ya está trabajando en podcast con una asesora editorial extraordinaria, que tiene todo que ver con ustedes, porque es Juan Cristobal Peña con quien se mantiene un dialogo intelectual ya afectivo de décadas. Pero también con la solvencia de las universidades como la Alberto Hurtado, Diego Portales, la Chile, incluso la Universidad Austral. Chile tiene un caudal de nuevos autores y autores de no ficción capaces de alimentar la demanda extraordinaria de una revista como Anfibia. Yo confío que con una decisión y con la certeza de que Chile necesita nuevos periodismos, así como necesita nuevas escenas, vamos a poder en algún momento construir esta aventura llena de incertezas pero plena de goces que es Anfibia.

Otro de sus proyectos es el medio Cosecha Roja, revista digital que propone abarcar temas como la violencia y la seguridad desde una visión de género y derechos humanos ¿Cómo se implementa esta visión a la hora de crear contenido periodístico?

Creo que en el caso de Chile se trata de capitalizar las experiencias que ha dejado el 2019 hasta acá y alimentarlas con la conciencia teórica de cuales son esos temas de agenda. Atravesamos un momento complejo en el sentido de cómo se están volviendo resistentes nuestras audiencias a esas agendas e incluso muchos de nuestros colegas. Creo que así es aún más delicado un pensamiento crítico dentro del periodismo, porque tampoco podemos anteponer a las transformaciones sociales nuestras convicciones. Tenemos que ser sensibles a los modos que construimos esa narrativa, de modo que podamos estar conectados a los centennials y a los lectores que vienen, al mismo tiempo que interpelamos a nuestros lectores que están aún sumergidos en lógicas vintage y desactualizadas de las cuestiones de género, raza y clase. Me parece importante que atendamos los modos de la denuncia, que no despleguemos como periodistas a las ideas de la cancelación y a las ideas de los activismos que tienen el dedo permanentemente señalando a lo otro y los otros sin ocuparse de los procesos. Creo que el maximalismo puede ser riesgoso para un periodismo crítico porque también puede ponernos inmediatamente en la otra vereda produciendo como efecto que nos quedemos cada vez más solos.

 

 

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