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Anatomía de un malo

Por ~ Publicado el 12 junio 2015

¿Cómo se construye la historia de un personaje cuyo nombre y apodo —Manuel “Mamo” Contreras— evoca los episodios más oscuros de la dictadura en Chile? Juan Cristóbal Peña es uno de los autores de Los malos (Ediciones UDP, 2015), libro editado por Leila Guerriero que reúne a una selección de los personajes más siniestros de Latinoamérica. En este breve escrito Peña recuerda los intercambios de correos con su editora y condensa su encuentro con el Mamo, una bestia que descansa, en su celda de Punta Peuco. » Lee un adelanto del perfil.

"Los malos", editado por Leila Guerriero (Ediciones UDP, 2015).

“Los malos”, editado por Leila Guerriero (Ediciones UDP, 2015).

En septiembre de 2013, Leila me escribió para invitarme a formar parte del libro de los malos. Una galería de perfiles del horror vista a través de “los más malos entre los malos” de Latinoamérica, definió en ese primer correo electrónico. “Torturadores, violadores, narcos tremendos, pedófilos seriales, dictadores, traficantes de personas, gente siniestra y oscura, malos inapelables”.

Malos que retorcieran la guata. Malos como el natre.

Pero luego de afinar la propuesta, en el mismo correo, se apresuró en aclarar que, aunque serían malos inapelables, el libro no buscaba el lugar común de la condena. Menos si se trataba de personajes sobre quienes se había escrito bastante, la mayoría de las veces con un tono de indignación y denuncia. Había que diseccionar al malo, explicarlo en su complejidad, interrogar a su madre, esposa, hijos, nietos, amigos, colegas, amantes y, claro, a sus víctimas y al mismo malo, si era posible.

Hacerlo humano, no humanizarlo. Verlo de cerca para luego tomar distancia, sin consideraciones retóricas. Nada de “deditos levantados ni periodistas golpeándose el pecho como justicieros”, advirtió ella.

Aunque lúcido, estaba solo y a mal traer. El Mamo en su otoño, de ojos nublados, un hilo de voz y huesos que sobresalen entre las carnes. El Mamo en su purgatorio.

Elegir al malo no fue difícil. Manuel Contreras Sepúlveda, el Mamo, que dirigió la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), carga con la mayoría de los tres mil y tantos muertos que dejó la dictadura en Chile. Y no sólo eso. Como sabía que el peligro estaba en casa, espió y chantajeó a jueces, militares, empresarios, funcionarios de gobierno y hombres de sus propias filas. También mató a algunos de ellos. Un malo entre los malos.

En eso calificaba de sobra para el libro. Eso estaba documentado y, por cierto, había que contarlo. Lo difícil estaba en lo otro. En conocer cómo se forma un psicópata y de qué está compuesto. En explorar en su vida íntima para reconocer brotes de bondad. El Mamo dirigía una máquina de exterminio, pero tenía perros a los que besuqueaba al llegar a casa y nietos que alegraban los almuerzos de domingo.

Un mes después del primer correo, luego de revisar archivos y libros, de conversar el tema con amigos, le escribí para decirle que lo haría. Y de vuelta, después de decirme que todo saldría muy bien, ella me recordó que era necesario “rodear su entorno”, ya no sólo con familiares, amigos y colegas, sino además, por qué no, “con el tipo que le vendía la verdura”.

“No me preocupa en absoluto que se haya publicado una biblioteca entera sobre el personaje”, escribió. “Lo que necesitamos saber es quién es este tipo, qué clase de cabeza produce las cosas que produjo, cómo es su vida más allá de todo eso”.

Al final, después de varios correos electrónicos y cerca de nueve meses de trabajo, no di con el tipo que le vendía verdura. Pero sí con su hijo, su secretaria, su mozo, su abogado, su amigo, su antiguo compañero de armas y con el mismo Mamo, que me recibió en su celda de Punta Peuco y me hizo sentarme al pie de su cama, porque ese cuartito de tres por cuatro no tenía más lugar para recibir una visita. Aunque lúcido, estaba solo y a mal traer. El Mamo en su otoño, de ojos nublados, un hilo de voz y huesos que sobresalen entre las carnes. El Mamo en su purgatorio, rodeaba de unos pocos libros (todos de no ficción), un televisor, un cristo, un tacho con el logo de la DINA y muchas fotos. Fotos de él mismo, de sus padres y de sus nietos reunidos en una collage donde saludan al abuelo en el día de su cumpleaños.

Ahí estaba —está— el hombre. Lo que asoma cuando la bestia descansa.

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