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Ciper, la historia del medio que remece a Chile

Por ~ Publicado el 21 noviembre 2017

En el año 2007, un grupo de periodistas salidos de Diario 7, con Mónica González a la cabeza, decidieron fundar un medio que terminaría marcando la pauta en cuanto a periodismo de investigación en Chile. El caso incluso fue uno de los primeros en América Latina y sus investigaciones tienen como firma propia la investigación en terreno y el uso de las bases de datos públicas. ¿Cómo nacieron y cómo subsisten el día de hoy? Sus protagonistas hablan de eso, de sus métodos y de su mítica líder: Mónica González.

Su cabello rubio y blanqueado por el tiempo no pasa desapercibido, lleva también calzas y un abrigo negro que se notan desde que cruza la calle Merced, frente al cerro Santa Lucía en Santiago. En el 2016 había recibo el premio Lenka Franulic, por su trayectoria en el periodismo femenino, y ese año también denunció haber sido secuestrada en México por una organización cuyo nombre, dijo ella, le heló la piel: Los Zetas. Mónica González, además, en el 2007 fundó un medio que, más que ser finalista recurrente del Premio Periodismo de Excelencia, tener uno de la Fundación para el Nuevo Periodismo e incluso participar de la investigación de los Panamá Papers, en Chile intenta —con creces— hacer lo que pocos: joder al poder.

Pero aquella vez, con ceño fruncido y unos ojos azules agrandándose hasta quemar, González no aceptó hablar de Ciper.

En enero del 2008, cuando Juan Pablo Figueroa —miembro de Ciper hasta el 2015— la conoció, recuerda, “no tenía idea de quién chucha era Mónica Gónzalez”. Si lo hubiese sabido, contará luego frente a las oficinas de Canal 13, su trabajo por esos días, quizá se habría derrumbado. Y Lissette Fossa, una pasante que también entró al medio algunos años después, sin un nombre ganado, dirá que trabajar a su lado “entusiasma”, “que siempre tiene una historia para todo”.

La última entrevista de González fue en septiembre del 2017, en Buenos Aires. “Los periodistas que se creen famosos son unos miserables”, había dicho en el video de Infobae que se viralizó con rapidez. Ahora, junto al edificio estilo francés y de tonos ocre y gris que alberga a Ciper en la calle José Miguel de la Barra, Mónica atraviesa veloz las puertas de vidrio y dispara como una ráfaga: “Yo estoy haciendo sobrevivir a Ciper”.

Por estos días el Centro de Investigación Periodística más importante de Chile, que cumple diez años de fundación, publica cinco o seis reportajes mensuales, una frecuencia que parece luchar o hacer caso omiso a la vorágine de la internet. Juan Cristóbal Peña, integrante del medio hasta el 2010, dirá que al inicio ni siquiera tenían como una opción escribir para la web. “Eso era como no estar del todo”, cuenta en su oficina de la Universidad Alberto Hurtado. Francisca Skoknic, exeditora de Ciper, lo resume así: “Hacíamos un periodismo escrito en digital pero sin cambios en el reporteo”.

Lissette Fossa, que llegaría a ser la asistenta de Mónica González, aprendió que allí, a diferencia de otros medios, no se trabaja contra el tiempo. Hay temporadas, por ejemplo, en las que la avalancha de entrevistas que obtenían, como la línea de investigación sobre las demandas estudiantiles del 2011, exigían lo contrario. En cambio, en otras circunstancias, aclara, se sumergen en investigaciones secretas de hasta tres meses y quedarían cortos porque a veces la pasión domina. “Un editor sabe de eso y te dice: ‘Hasta aquí llegamos’”, señala Lissette y se declara “hija profesional de Ciper”. Al ingresar, recuerda, “solo quería que Juan Cristóbal me firmara el libro ‘Los fusileros’”. Juan Pablo Figueroa, actual miembro del equipo de investigación de BioBio Chile, con la misma efervescencia, agrega: “Yo soy un producto Ciper, a mi me moldearon”.

ASÍ NACIERON 

La foto es del rincón de una oficina. Las paredes lucen vacías y delante de tres computadores, de monitores negros y abultados, los cuatro personajes parecen sacados de un poster de “Spotlight”. Habían arrendado esa oficina en septiembre del 2007, cuenta Francisca Skoknic y, al principio, no llenaban más que aquel rincón. Pero la historia comenzó algunas cuadras al noreste. “En una buhardilla donde se juntó la gente que salió de Diario Siete”, dice Juan Pablo Figueroa. Cristóbal Peña había visitado ese altillo, en la casa de Mónica González, para pedirle material para su libro “Los fusileros” (Debate, 2007). Cuando lo terminó, Ciper ya estrenaba oficina propia y Peña acudió de nuevo donde Mónica para obsequiárselo. Por entonces, él trabajaba en la sección cultural del diario La Tercera, “pero las páginas de allí no marcan la agenda nacional”, dice. Entonces, cuando Mónica le preguntó si quería sumarse a Ciper le contestó que iba a pensarlo.

“Mentí”, dice ahora, “no había nada que pensar”.

Peña no duda en afirmar que Mónica González “era una garantía de libertad editorial”. La acompañaban cuatro periodistas: Pedro Ramírez, Francisca Skoknic, Sebastián Minay y el estadounidense John Dinges. A los dos primeros, González los conocía de sus últimos proyectos, la revista Siete+7 y su posterior transformación a Diario Siete en el 2005. Una de las veces en las que intenté entrevistar a Pedro Ramírez, actual editor de Ciper, su negativa fue: “la historia ya ha sido contada”. Sin embargo, solo por dar un ejemplo, del rol de Sebastián Minay poco se sabe. Juan Pablo Figueroa contará luego que, sobre la marcha, Minay tuvo algunos problemas de salud y eso detonó su salida de Ciper. “Para trabajar allí necesitas estar a toda máquina”, sentenció.

Pedro Ramírez, Juan Pablo Figueroa, Juan Cristóbal Peña y Francisca Skoknic. Foto cortesía de Juan Cristóbal Peña.

Pedro Ramírez, Juan Pablo Figueroa, Juan Cristóbal Peña y Francisca Skoknic. Foto cortesía de Juan Cristóbal Peña.

—Hago clases en tres universidades— me responde otra vez Pedro Ramírez. —Estas semanas de cierre de semestre no me dan respiro.
“El periodismo no es una vocación sino una frustración”, escribió alguna vez Vargas Llosa. Y esto que muchos hoy empalmarían con el drama de los sueldos, en los inicios de Ciper al parecer jamás existió. “Fuimos el primer centro de investigación con periodistas bien pagados”, recalca John Dinges. En el 2011, su nombre sonó en algunos diarios nacionales, como El Mostrador, después de que Mónica González escribiese un artículo para una publicación de la Universidad de Harvard sobre la fundación de Ciper. Allí, sus créditos aparecieron a grandes rasgos; Dinges se sintió invisibilizado, aun cuando Francisca Skoknic afirma que su nombre hasta hoy aparece en los créditos del sitio web de Ciper. Pero por entonces Dinges decidió lanzarse en los comentarios —hoy ya no disponibles en la web— narrando su versión de los hechos.

Años más tarde, por Whatsapp le comento a Dinges de mi interés por conversar con los fundadores y él, desde su oficina en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, responde, entre risas: “¿Y qué dicen sobre mí?”. Luego narra:

“Fui a Chile en el 2006 por la Beca Fulbright y en esa época, me hice muy amigo de Mónica. Ella andaba buscando un nuevo proyecto. Antes de viajar, yo había conversado con latinos en Estados Unidos sobre periodismo de investigación y por mi experiencia sabía que muchos regresaban a sus salas de redacción y se encontraban con una pared”.

Pero John iba y venía, coinciden Cristóbal Peña y Francisca Skoknic. Su mirada era distinta. Mientras tanto, aquí había que definir lo básico de Ciper: el qué, cómo, cuándo, dónde; la teoría quizás más mentada del periodismo tradicional que bien podría ser la del emprendimiento si se le agregase algo más: dinero. Era el año 2007 y El Mostrador, el primer diario digital de Chile, liberaba su contenido bajo suscripción y los otros, dice John Dinges, “solo eran reflejos de los medios escritos”.  Antes de publicar su primer reportaje en noviembre del 2007, recuerda Skoknic, lanzaron algunos en La Tercera y The Clinic. Pero las líneas editoriales estorbaban y Mónica, señala Peña, decidió que el camino no era alimentar a otros medios sino ser uno con vida propia. “Su olfato me sigue sorprendiendo hasta hoy”, recalca.

Con un primer movimiento fallido, el siguiente tenía nombre y apellido: Álvaro Saieh, el empresario dueño de Corpbanca y el séptimo hombre más rico de Chile. La idea de Ciper, según John Dinges, era así: complementarían a otros medios con reportajes de investigación propios y en profundidad, trabajarían con los mejores periodistas y sus fondos serían independientes. Lo primero era a su vez una idea de financiamiento que resultó ser insuficiente para cubrir el trabajo de los mejores; entonces, él propuso crear una “fundación sin fines de lucro”, que Ciper recién formaría en junio del 2011, para acceder a subvenciones internacionales.

En Estados Unidos, John se contactó con representantes de la Open Society Foundations y la Fundación Ford, y Mónica, por su parte, buscó a un conocido suyo, que había apoyado Siete+7. Coincidentemente, el diario La Tercera, de propiedad de Copesa y del cual Saieh es accionista mayoritario, tenía planeado crear una unidad de investigación y, pese a eso, el empresario prefirió apostar por el proyecto de González: Ciper.

“Un día de marzo de 2007, en su gran oficina en Santiago, mientras me pedía que fuera realista acerca de mi sueño, sacó un pedazo de papel y empezó a escribir números”, escribió González sobre su encuentro con Saieh. “Mónica me habló del proyecto y fue como un sueño”, señala Francisca Skoknic. John Dinges dice que él también se había reunido algunas veces con Saieh y está confiado de que sus intenciones fueron buenas e incluso idealistas. “Jamás voy a entender porqué Saieh lo hizo”, dice Juan Pablo Figueroa, “Ciper no reporta un peso de ganancia, todo es gasto”. Lo cierto es que, como confesó Cristóbal Peña, el dinero de Saieh les daba la oportunidad de hacer “un periodismo que de verdad importa”.

EL GOLPE

Ciper empezó a volar sin mucha pompa. Cristóbal Peña confesó, al recibir el Premio Periodismo de Excelencia del 2008,  que por mucho tiempo el nombre fue confundido con el de una tienda de repuestos de autos de la avenida Brasil y que hoy aparece segunda al colocar “Ciper” en los motores de búsqueda. Y con la web en marcha —www.ciperchile.cl— y el financiamiento cubierto, lo siguiente era cocinar una identidad con lo que hacían, es decir: proponer temas. Francisca Skoknic cuenta que, mientras trabajaba en Qué Pasa, mirar la actualidad era suficiente para nutrir su pauta. Sin embargo, en Ciper la encomienda fue “mirar lo que otros no contaban” y algunos, como Cristóbal Peña, empezarían por sus gustos. “Agradezco mucho haber tenido la libertad para desarrollar temas que iban por un lugar muy distinto al eje central”, dice él.

Juan Pablo Figueroa recuerda hasta hoy el día que visitó por primera vez a Mónica González. Antes solo había trabajado ofreciendo productos de marketing y como barman en Plaza Ñuñoa, pero el 2 de enero del 2007 estaba parado frente a González proponiéndole escribir sobre mujeres narcotraficantes. “¿Y por qué?”, replicó ella. “Porque a mi me interesa”, respondió. “Me importa una raja lo que a ti te importe, me importa lo que le interesa al lector”, recuerda Figueroa que le dijo Mónica González. Fue su primera lección.

Al igual que Peña, fascinado con los temas culturales y de farándula, Figueroa tuvo que encontrar una mirada distinta a sus intereses. Peña, por ejemplo, escribió sobre el grupo de cumbia Amerikan Sound pero a partir de un abogado mafioso vinculado a ellos, o sobre el Negro Piñera y sus negocios ilícitos. A finales del 2007, sin embargo, Ciper lanzó un reportaje suyo titulado “Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet”. Cuando eso pasó, en realidad, nada pasó. La investigación realizada “era formidable”, asegura Peña. Eran 55 mil volúmenes que describían las aficiones y manías del dictador, pero se la tenía que enviar a sus amigos para que la leyesen. En septiembre del 2008, la Fundación para el Nuevo Periodismo le otorgó el primer lugar en la categoría texto del que por entonces se llamaba Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI. Fue el primer chileno en alzarse con tal galardón y a partir de allí Ciper retumbó en América Latina. Sin embargo, el golpe aquí sería otro.

“Cuando tu llamabas a alguien y le decías que eras de Ciper, un medio digital, decían: perfecto, son inofensivos”, cuenta Juan Pablo Figueroa. Gustavo Villarrubia, periodista forjado en el área televisiva y que ingresó a Ciper en el 2010, trabajaría después en Contacto de Canal 13. Allí, afirma, conseguir que la gente declare en off the record es más complicado porque “representas a un conglomerado y no hay confianza”.

El primer paso para lograr lo contrario en Ciper se dio en marzo del 2008; Francisca Skoknic, Cristóbal Peña y Mónica González lanzaron un reportaje que puso al descubierto una serie de irregularidades en la licitación de un servicio tecnológico en el Registro Civil. El resultado: replicaron en otros medios, nadie lo desmintió, se dio inicio a una investigación por parte de la fiscalía y se pidió la renuncia de los implicados.

Figueroa dice que, antes, Francisca Skoknic ya había publicado un reportaje completo sobre irregularidades en el Transantiago. Replicó, se tomó los medios, pero nadie citaba a Ciper. “La bola de nieve”, como la llama él, se empezó a formar con lo ocurrido en el Registro Civil.

“¿Celebraron?”, le pregunto a Cristóbal Peña. “Sería curioso celebrar algo así”, responde. “No se celebra que caigan funcionarios sino la consecuencia de eso”. Y agrega: “Mónica siempre supo que eso nos validaría, ese fue nuestro lanzamiento”.

FUNCIONAMIENTO ACTUAL

En el 2014, Ciper, en conjunto con la Universidad Diego Portales, organizó un taller titulado: El método Ciper, y en Twitter se ensañaron contra ellos alegando que promulgaban un método que no habían descubierto. Pero Ciper está acostumbrado a este y a otros ataques, cuando publican noticias que tienen que ver con la dictadura chilena o cuando, en el 2013, en pleno litigio entre peruanos y chilenos en la Corte de la Haya, les hackearon la página con frases como “chilenos hijos de puta” y “viva el Perú”. Francisca Skoknic dice que no puede asegurar la procedencia exacta de los agresores. “También nos han acusado de ser de derecha y de izquierda”, agrega, pero admite que no usan las redes sociales para conocer a su público porque prefieren siempre el feedback de la página. Allí, cada reportaje cuenta con una opción para desplegar los documentos gubernamentales utilizados en la investigación y el intercambio es constante.

Pero volvamos al método: ¿existe realmente un método Ciper?

Juan Pablo Figueroa, profesor del taller mencionado, concuerda con uno de los tuiteros detractores: “aquí nadie inventó nada”, dice y agrega: “Se trata de investigación periodística pura y dura”. Gustavo Villarrubia trabajó por casi ocho años en el área de investigación de Contacto y cuando Mónica González lo llamó en el 2010, su principal temor, asegura, radicaba en su falta de experiencia para escribir artículos. Entonces, González fue contundente: “A escribir cualquiera aprende”, le dijo, “yo necesito a una persona que esté afuera, en la calle”. Ese detalle, que muchos hoy, obnubilados por la fiebre del click, obvian, es donde radica gran parte del método Ciper.

Por supuesto, otras aristas también saltan a vista. “El trabajo en equipo”, por ejemplo, dice Francisca Skoknic, como un equipo de fútbol compacto en el que las estrellas pasan y los obreros brillan. Se trata, dice ella, de otorgar herramientas para que los ciudadanos puedan desenvolverse mejor, y para eso otros dos puntos son cruciales: el uso de bases de datos públicos y el periodismo de datos.

Mónica González, cuenta Cristóbal Peña, ya venía de hacer una asesoría en el 2007 a la Corte Suprema sobre el tema de transparencia, de liberar cada documento y ponerlo a servicio público. John Dinges afirma que, antes de la existencia de Ciper, el derecho a la información, que se limitaba desde el 2005 a un cambio en el artículo 8 denominado “principio de publicidad” de todos los actos y resoluciones del estado, no era usada por ningún medio en Chile, y la que que rige actualmente, la ley 20.285, curiosamente fue promulgada un año después de la irrupción de este medio en el establishment y entró en vigencia recién el 2009. Pero de nada hubieran servido montañas de datos tan libres como distantes para el ciudadano de pie. Entonces, dice Dinges, se tuvo que capacitar a los periodistas para su interpretación. “Traje a un periodista de Washington para capacitar a todo el equipo”, afirma, y los recuerda a todos: Peña, Ramírez, Skoknic, Minay y, por supuesto, Mónica González.

Otra de las claves para el funcionamiento de Ciper es la confidencialidad. Cuando en el 2010 Lissette Fossa entró allí para realizar sus prácticas, Mónica González le dijo: “Esto es como un pacto de piratas, un pacto de silencio” y entonces aprendió a hacerse invisible y esperar hasta el final para dar el golpe. “Cuando ya nadie puede refutarte nada”, dice Juan Pablo Figueroa. Todo esto, agrega Lissette, fue trascendental en uno de sus primeros trabajos. El salto, como lo llama ella, fue abrupto: pasó de hacer notas universitarias a colaborar con la investigación que en 2011 detonó la suspensión del padre Fernando Karadima, acusado de múltiples abusos sexuales a menores de edad. Una historia que apareció en libros, que se llevó hasta el cine.

Con todo esto, Ciper parece haberse ganado más enemigos que amigos, pero Cristóbal Peña está confiado de que fue al revés: “Se ganó ciudadanos que valoran el trabajo que se hace”, dice. Él considera que hace mucho Mónica Gónzalez se merece ganar el Premio Nacional de Periodismo, pero que más bien ha sucedido lo contrario. Su entrega ha tocado los círculos económicos y sociales que muchos pensaban intangibles. Cada día, cuenta Peña, Mónica lee religiosamente los diarios, con principal atención a la sección “sociales”. “Las recorta, arma carpetas con esas páginas, porque allí están los personajes de la élite y del poder. Allí se reinventan y  por vanidad se fotografían en los campos de golf, en algún campeonato”, afirma. “Allí aparecen vinculaciones donde se mezcla el poder y el negocio”.

En octubre del 2016, Ciper, poniéndose a la par con una tendencia del periodismo independiente en el mundo, lanzó la campaña “Yo apoyo a Ciper”. El objetivo: lograr que sus lectores puedan financiarlos. “Aunque eso es un poco irreal”, dice Francisca Skoknic. Lo que sí es posible es la diversificación de los aportes: privados, independientes, lectores. ¿Cómo se logra, como en el caso de El diario.es, ser financiados en más de la tercera parte solo por aporte de los lectores? La campaña tuvo un nuevo aliento ahora, en noviembre de 2017, con una serie de videos con rostros del deporte y la televisión, que declaran: “Yo soy ciperista”. Sin embargo, de los resultados financieros de la misma poco se sabe y esa, quizás, es su gran deuda con su público. Es decir, casos como eldiario.es en España o ProPública en Estados Unidos que transparentan sus ingresos y gastos a través de reportes anuales o semestrales.

Pero ¿lo hacen por placer?

En Estados Unidos, cuenta John Dinges, recibir donaciones no es un tema ligero, y cuando Ciper aún no era una fundación, Dinges tuvo que crear una en su país llamada Ciinfo (las mismas siglas de Ciper pero en inglés). Gracias a eso, las donaciones de Open Society y Fundación Ford pudieron concretarse, sin embargo, recuerda, conforme pasaba el tiempo, la cifra iba en aumento y para reclamarla había que presentar con anterioridad un informe de gastos detallados y Ciper prefería hacerlo de otra forma, es decir, querían gastar el dinero primero y luego dar cuenta de ello.

Dinges reclama que su estándar de transparencia era más alto, precisamente porque en Estados Unidos el estado financiero de organizaciones sin fines de lucro está sometido a un escrutinio mayor. “Nunca vi un mal uso de fondos, ese no era el problema, el problema era que ellos eran reacios a abrir la transparencia que yo necesitaba”, dice.

Después de eso, John Dinges decidió renunciar a Ciper.

Todos los personajes que aparecen en esta crónica, en su momento, también dejaron Ciper. Francisca Skoknic conversó conmigo cuando aún estaba en su cargo como editora y, sin embargo, en abril del 2017 decidió retirarse “para hacer nuevas cosas”, me dijo. Hoy es una de las creadoras, junto a Paula Molina y Andrea Inzunza, de LaBot, un chat conversacional creado especialmente para las elecciones presidenciales en Chile. Cristóbal Peña, en el 2010, lo hizo para poder terminar su libro “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet” y esculpir más su beta narrativa, un tanto lejana de la rigidez informativa de Ciper. Lissette Fossa me dijo alguna vez que, mientras estaba en Ciper, jamás aceptó, por ejemplo, una salida al cine. Juraba, como una especie de trauma, que se quedaría dormida, y Juan Pablo Figueroa y Gustavo Villarrubia coinciden en que necesitaban espacio y tiempo para consolidar sus familias. Figueroa, después, pasaría una temporada en Canal 13 y asegura que fue lo más parecido a un break. Solo él decide profundizar en lo que sintió cuando partió de Ciper y lo resume así: “Cuando me fui de allí, sentí que me iba de la casa de mis viejos. Ellos son como mi familia”.

¿Cómo sobrevivirá Ciper en el futuro? Esta pregunta , es algo a lo que muchos también responden con cierta mesura porque temen se confunda con una crítica a lo que le está faltando a Ciper. “Las decisiones editoriales”, dice Cristóbal Peña, sobre lo que hacen actualmente, “tienen que ver con los recursos que cuentan”. Pero agrega que, si se tratase de gustos, le encantaría ver una sección cultural, temas más ligeros y de carácter narrativo y hasta un toque de humor. Figueroa, por otro lado, no duda en asegurar que Ciper ha permitido despertar el interés de otros medios en la investigación y encuentra en esto la posibilidad de realizar trabajos más colaborativos. Francisca Skoknic, mientras era editora de Ciper, también apuntaba a esto, aunque tomando la responsabilidad de marcar una diferencia. “Antes los temas de corrupción eran nuevos y ahora están en todos lados”, afirmó, “ahora debemos buscar otra mirada”.

Ciper no depende de si se acaba o no la corrupción o si los empresarios lucran más o menos, su reinvención se aferra simplemente a algo que la misma Skoknic resumió bien: “No dejar nunca de ser relevantes para la gente”.


En la realización de esta crónica colaboraron María Paz Ortiz, Fabiola Pinto, Belén Vásquez y Raúl Marín.

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