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El Hombre Cero Emisión

Por ~ Publicado el 2 octubre 2008

Marcelo Mena está empapado. Viene de jugar en la plaza de su barrio con su hijo Vicente y saluda con una mano mientras sostiene su bicicleta con la otra. Su sonrisa es amplia y buena, al igual que la de su señora Loreto. Es viernes en la tarde y se nota. La mitad de los niños del pasaje donde ambos viven están en la calle. Un poco antes, Mena había cruzado Santiago entero pedaleando, desde el barrio universitario de República a su casa en Jardín del Este en Vitacura.
No es poco, pero según Mena, no es tanto.
Mena entra a su casa y empieza a describir cada aparato adentro de ella, “juguetes”, como él los llama, que lo ayudan a ahorrar energía. Su aparato estrella es un medidor de kilowatts llamado Whats Up, que conectado a cualquier artefacto eléctrico dice cuánta energía gasta en watts y también en plata. Mena conecta Whats Up a un calentador de agua y calcula que calentar cada litro cuesta alrededor de 8 pesos. Clink. Luego dice que su refrigerador gasta 200 pesos al día en energía – 6 mil al mes- en comparación a los 24 mil mensuales del refrigerador de su suegra.
“La gente no sabe cuánto gasta en energía y no investiga al momento de comprar un electrodoméstico”, dice Mena acelerado, casi atropellando las palabras. “En la casa de mi suegra pagan de 85 a 90 mil en luz. Aquí somos la misma gente y gastamos entre 15 y 20 mil al mes y eso, sin disminuir nuestra calidad de vida en lo absoluto. De hecho, los dueños anteriores de esta casa pagaban alrededor de un 40 por ciento más en energía”.
En el frontis, está estacionado el Honda híbridos de Mena, con el que puede ahorrar cerca de 400 mil pesos anuales en bencina y evitar lanzar al aire 1.6 de toneladas de CO2 al año. Su gran meta es llegar a ser un hombre cero emisión, y aunque dice que todavía le falta para cumplir, no está lejos de lograrlo. Su gran problema son los vuelos, los viajes en avión, responsables de gran parte de los gases contaminantes del planeta. Por razones de trabajo, conferencias y demases, Mena está obligado a conmutar constantemente entre el hemisferio norte y el sur.
“Es algo que estoy tratando de cortar”, explica. “A finales de año me toca ir a hacer una conferencia a Francia y quiero convencer a los organizadores de hacerla desde acá. No niego que me encantaría ir, pero hay que ir dando algunos ejemplos”.
Claro que hay otras opciones. Por cada viaje en avión, Mena considera comprar bonos verdes que neutralizan su contaminación. Pagando entre 10 mil y 15 mil pesos, Mena contrarresta su viaje y ayuda para que en algún lugar del planeta se planten árboles o se financie una planta de reciclaje. Así, Mena contamina sin contaminar. Al fin y al cabo, la ambición de ser un hombre cero emisión es un trabajo part-time.

La casa verde

Marcelo Mena no para de sonreír, pero parece un poseído cuando habla sobre maneras para ahorrar energía. Los datos que entrega brotan como agua mientras conversamos en el patio delantero de su casa. De repente desaparece y vuelve con una juguera y un par de peras. Encaja la juguera a un aparato conectado a la rueda trasera de su bicicleta, que a su vez tiene un par de patas para pedalear sin avanzar. “Sujeta la tapa”, me dice. Y mientra sujeto la tapa, Mena pedalea con todo para hacer un jugo de pera 100 por ciento hecho de energía humana.
“Cuando el Gobierno esté dando mucho jugo voy a ir a La Moneda en bicicleta y les voy a hacer un litro de jugo ahí mismo como acto simbólico”, dice Mena todavía jadeando. “Ojalá se lo tomen”.
Pero volvamos a la tierra, a la casa verde. Algunas medidas tomadas por Mena son simples. Otras no tanto. Pero todas se pueden llevar a cabo sin demasiado esfuerzo. Entre lo simple está comprar ampolletas de bajo consumo y de pocos watts.
–¿Alumbran bien esas ampolletas?
–¿Acaso se ve mal en este living? –, contesta Mena.
La verdad es que las ampolletas de 100 watts no se echan de menos para nada. Todo lo contrario. Cambiamos de folio entonces. Se sabe: los aparatos eléctricos consumen energía por el sólo hecho de estar enchufados. Pero nadie anda conectando y desconectando el televisor o el computador. Mena dice que una buena manera de solucionar el problema es comprando una zapatilla para el televisor, el DVD, el decodificador de cable. En la noche, se apaga la zapatilla y automáticamente se apaga todo lo que está conectado a ella. Haciendo esto todas las noches y contando a un televisor de 20 pulgadas más un decodificador se pueden ahorrar 2.000 pesos mensuales. Por otro lado, apagar un notebook cada noche ahorra 1.200 pesos al mes.
Esas son las acciones más obvias. Pero también, los estudios de Mena en el gasto energético de los electrodomésticos lo llevaron a comprarse una lavadora Bosch Maxx 7 de carga frontal que gasta 50 litros de agua en vez de los 150 de una lavadora común. En agua, Mena dice que ahorra 1.600 pesos al mes, mientras en electricidad el ahorro es de 4.300 pesos. La inversión de una lavadora más cara se recupera en dos años, mientras todo el ahorro que venga después va a parar directo a los bolsillos del dueño de la lavadora, en este caso, Mena. Y mientras su refrigerador consume poco, descubrió que hay uno clase A que consume menos aún (tres mil pesos mensuales).
El problema son los precios. El de Mena ronda los 300 mil pesos, superando significativamente el valor de un refrigerador promedio. Pero Mena subraya que la plata se devuelve en la cuenta de la luz. “La idea en este ítem es investigar en internet, porque la información que traen los aparatos muchas veces no es la correcta, ya que nunca se considera cuánto consumen los aparatos en funcionamiento. Esa es la variable más importante que repercute en el gasto diario”.
Otra gran ayuda es comprar una ducha oxygenics que mezcla agua con oxígeno y que ahorra alredor de un 50 por ciento en agua y en gas. Mena calcula que cada ducha de 5 minutos cuesta alrededor de 250 pesos y que con su ducha oxygenics estaría gastando 125.
Su esposa, Loreto Stambuk, se preocupa de la parte más orgánica. En el patio de la casa tiene una especie de cajón hecho de ladrillos donde van tirando los desechos orgánicos (cáscaras, hojas, etc). Eso se traduce en menos basura y en la fabricación casera de tierra de hoja para las plantas y cultivos de la familia.
“Un gran porcentaje de los precios que pagamos en vegetales se lo lleva el transporte”, dice Loreto, convencida de que no todo es watts. “Marcelo mira un poco a huevo mi huerto, pero yo estoy segura que también ayuda”. De paso, deja en claro que en la casa verde hay dos facciones: la que trata de reducir el consumo eléctrico, de Mena, y la que trata de generar productos naturales hechos en el patio de la misma casa, liderada por Stambuk.
El otro gran tema es el transporte. Mena calcula que un auto consume tres veces más energía que una casa, de ahí la importancia de la bicicleta. El consumo de carne también entra en la ecuación, ya que equivale a andar en auto: “A nivel de gasto de energía, comer carne y transportarse en bicicleta es lo mismo a ser vegetariano y andar en auto. Yo fui vegano por tres meses, pero no aguanté”.
Mena es el director de la carrera de Ingeniería Ambiental en la U. Andrés Bello y tiene un doctorado, también en Ingeniería Ambiental, en la Universidad de Iowa, donde estuvo seis años. Allá se convenció de que, si queremos bajar las emisiones de gases del mundo a la mitad, se necesita cambiar nuestro estilo de vida en forma radical.
La vocación de Mena empezó mucho antes. A los seis años vio un derrame de petróleo en la playa de Caleta Abarca. Y como todo chico curioso fue a tocar lo que veía. “Mi mamá me tuvo que escobillar harto tiempo para sacarme el petróleo de la piel”.
Las experiencias se fueron acumulando. En Villa Alemana – donde Mena vivía en su infancia- pasaba un canal inmundo cerca de su casa. Nada agradable, ni a la vista ni al olfato, y con basurales ilegales incluidos. Y a eso se sumaba el hecho de que Mena iba al colegio en Viña a principios de los 90, probablemente durante el peak de pestilencia del estero Marga Marga, justo antes del colector. “Me acuerdo también que de Ventana: a veces llegaba la nube tóxica hasta la misma Villa Alemana. De chico siempre supe que me quería dedicar a resolver estos problemas. Todavía no existía Ingeniería Ambiental, así que opté por Ingeniería Civil Bioquímica en la Católica de Valparaíso”.
Terminada la universidad, trabajó un par de años en proyectos de desinfección de aguas para luego irse a Iowa y sacar un doctorado en la misma universidad en que lo había sacado su padre.
Allá, trabajó en un proyecto de NASA monitoreando la contaminación atmosférica en Estados Unidos desde un avión. Luego, en Ciudad de México, sus mediciones apuntaron a que la contaminación ambiental de la capital azteca llegaba hasta 500 kilómetros afuera de los límites de la ciudad.
La experiencia mexicana lo predispuso a trabajar en Chile. En los próximos meses, Mena se apresta para medir los efectos de la minería en el aire de los habitantes de la Segunda y Tercera Región del país, estudio que no se ha hecho hasta el momento. Además, es constantemente consultado por proyecciones para la calidad del aire de la capital. Pero más allá de estudios y mediciones, lo de Mena parte por un estilo de vida que puede ser sustentable para todos. Al menos parcialmente.
Sólo queda una cosa clara: si su casa fuera un planeta aparte, de seguro que se salva.


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